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Entrevista a Esther Cross

Foto Esther Cross

Los escritores argentinos se forman en las librerías”

Entrevista a Esther Cross

Por Virginia Gallardo y Marina Arias

¿Tenés alguna rutina para escribir?

Tenía una rutina, pero ahora la rutina es protestar porque se me rompió la rutina. Hubo una época donde escribía a la noche, estaba muy bueno eso, porque me engancho mucho con todo, con los ruidos… no escribo con música porque me voy con la música, por ejemplo. Entonces la noche estaba buena porque es un momento de poco estímulo donde no te llegan un montón de cosas. Después por miles de cosas, cuando nació mi hija, corté con eso y empecé a escribir a la mañana. Más adelante, por cambios en la vida, se me cortó eso también. Entonces ahora la verdad es que escribo cuando puedo. Mi rutina es que sí o sí todos los días escribo, pero ya no es como antes, cuando tenía esas horas de la noche y me quedaba hasta las cuatro o cinco y que cuando hablaba de “escribir”, me refería específicamente a escribir un cuento o escribir prosa. Lo que sería “producir”, aunque la palabra no me guste. Estoy más bien en crisis con eso, me cuesta armarlo.

¿Escribís en algún lugar en particular o escribís en cualquier lado?

Tengo un lugar. Es un departamento muy chico, que es mi cueva, como le digo yo. No tengo televisión, no tengo nada. Tengo un teléfono porque había un teléfono. Después me gustan los bares, pero ahí tengo el problema de los gritones, siguen siendo limitaciones mías… pero me gustan los bares porque es como una forma de estar aislado, pero a la vez estar en la corriente de la calle que también me gusta para escribir, esa cosa de movimiento… estás en contacto y no estás en contacto… movimiento constante de la calle y de la gente, me parece que estar en un bar te da eso.

¿Sos de tomar el habla de la gente?

Sí, por ejemplo ahora estoy escribiendo una novela que tiene que ver con los burreros del hipódromo y cuando puedo, cuando tengo tiempo voy y me instalo ahí y lo que me gusta es sentarme y escuchar lo que dicen.

Nos llamó la atención la gran investigación que tenía detrás tu último libro sobre la vida de Mary Shelley, “La mujer que escribió Frankenstein”.

Ese fue como el desquite de la rata de biblioteca, porque te pasás la vida leyendo y te parece algo tan poco útil…

¿Te costaba leer y no empezar a escribir o hacías las dos cosas al mismo tiempo?

Sí, me costaba, lo que pasa es que primero empecé leyendo porque me había enganchado con el tema, me gustaba, entonces fueron muchos años de lectura de placer y obsesión hasta que en un momento dije: “voy a hacer algo con esto”; y empecé a leer muy sistemáticamente y ahí sí, mientras leía, escribía, aunque con cierto desorden. Después lo empecé a ordenar y a organizar; es cuando entrás en el canal más febril de solo leer eso. “Investigación” suena serio, como muy distante, me parece que lo que hacés es meterte ahí adentro, bucear… ahora con esto del hipódromo es estar ahí, vendría a ser como “atención flotante”, como dicen los analistas, ¿no?

¿Cómo se te ocurrió y de qué se trata el libro?

La verdad es que no sé… fue por ir al hipódromo. Bueno, en mi casa tengo una fanática de los caballos que es mi hija, así que eso por un lado, de escucharla a ella, pero no por las carreras sino que le gustan por otro carril los caballos. Y el entusiasmo viste que entusiasma. Y después por esta cosa de la gente que va y apuesta; el jugador también me interesa como situación límite. Fui al hipódromo un par de veces a mirar y me llamó mucho la atención el momento en el que están llegando los caballos. En la tribuna tenés todos los cortes sociales, además esa locura de todo el mundo gritando el nombre de los caballos… laburás con la palabra: por ejemplo Violento, Sur… hay un caballo que se llamaba Meteórico, que corría Marina Lescano. El hipódromo es un mundo: los veterinarios, los entrenadores, los petiseros, los burreros, los jockeys, las jocketas. La verdad es que estoy divertida ahí nadando, pero no sé qué va a pasar

¿Planificás la escritura o te dejás llevar?

Me dejo llevar porque si planifico mucho me mata la escritura. Mientras estoy ya muy manos a la obra escribiendo, trato de no irme de canal, sobre todo si es una novela. Con los cuentos no me preocupa eso, pero una novela es un viaje muy largo y es como que de golpe voy a tener un plan para poder pasear tranquila dentro de ese plan, pero en general trato de no tener mucha estructura.

¿Considerás que tenés algún eje en tu escritura? Porque tus temas son bastante distintos. Se podría encontrar en común que te gustan los inventores, como en Radiana y en Frankenstein, pero ahora estás con los burreros. Kavanagh por otro lado tenía un tono más intimista.

La verdad es que no tengo un tema en común. A veces cuando algo se repite desconfío. También desconfiás de esa desconfianza, en un punto, decís: “¿por qué no?” Me parece que en cada momento vas afinando la voz que vas teniendo. No, yo por lo menos no encuentro algo en común. Es lo que va apareciendo en el momento. También tengo cosas que aparecieron y no seguí… de esas tengo un montón…

¿Sos también de tirar cosas que empezaste a escribir?

Yo tiro un montón. Además, no tengo cabeza archivista, entonces no tengo back up de todo. Me pasó que se me quemara una compu. Es terrible por un lado, pero por el otro, después de darte manija y mortificarte obsesivamente, te das cuenta de que ya está y que lo que tenía que quedar de eso, reaparece en otra escritura de alguna manera.

Vos estudiaste psicología, ¿sentís que te aportó algo la psicología y el psicoanálisis a la literatura? ¿Cómo fue ese pasaje?

Sí, me aportó. Yo quería estudiar algo y estaba perdida. Largué Letras porque me asustó bastante entonces. Me gustó mucho estudiar la carrera de psicología, pero me intimidaba ejercerla porque, para mí, tenés que tener un talento. Yo hice análisis varias veces y los grandes analistas son genios, tienen un talento especial. No quiero hacer teoría acá, supongo que también se puede construir un buen analista a base de experiencia y oficio y supervisiones, pero me parece que los grandes analistas tienen un talento de escucha impresionante.

¿Hiciste taller con Grillo della Paolera y tuviste clases de Bioy y Borges?

Yo hacía taller con el Grillo della Paolera (Félix della Paolera), que era uno de los pocos talleres que había en ese momento. No había la profusión de talleres que hay ahora. Y el Grillo era muy amigo de Borges y de Bioy, entonces él los invitaba una vez por año al taller a hablar. Era muy fuerte. Aparte iban a hablar de todo, no de literatura en general. La gente les preguntaba: “cómo se les ocurrió tal cuento”, “cómo escribió esto” y ellos contaban. Era una clínica de escritura. Después salió la idea de desgrabarlos, estaba todo en cassettes, y armar los libros de entrevistas. Eso lo armé con Grillo yo, que hacía mucho que iba al taller y era muy fanática y un día le dije: “¿por qué no hacemos esto?” Y él, que era muy generoso, me dijo: “si vos también lo hacés”. Y no lo pensé dos veces, me tiré encima de los cassettes y desgravé. El de Bioy estuvo buenísimo porque Bioy era muy obsesivo, entonces cuando vio las desgrabaciones, dijo que quería editar el libro con nosotros, así que le llevábamos los borradores y él los corregía… Quiso tener dos o tres entrevistas más. Estuvo muy bueno.

Escribiste un libro con Ángela Pradelli. ¿Cómo se escribe de a dos?

Está bueno, te tenés que llevar bien porque hay dificultades en el medio. Con Angie fue muy lindo, muy divertido. Armamos una biblia con veinticinco escritores. La idea que teníamos era armar una biblia escrita por escritores argentinos y no pensábamos en que fueran veinticinco, pensábamos abrir y hacer la biblia, antiguo y nuevo testamento, con escritores consagrados y escritores que recién empezaban, repartir los libros de la biblia más o menos de acuerdo a la poética de cada escritor para que no se armaran kilombos de que por ejemplo tres quisieran escribir el génesis. Incluyendo poesía, agarrando todos los salmos, El cantar de los cantares, etc. Hacer un libro que tuviera como dos mil páginas. Salió por una entrada de un libro de Mailer que acá se tradujo como El arte tenebroso o El oficio tenebroso y contaba que estaba en un hotel en un viaje y se tropezó y tenía que estar en el cuarto y estaba incómodo y no tenía qué leer y encontró en la mesa de luz la Biblia, la abrió y dijo: “esto es un bestseller impresionante, pero qué mal escrito, se podría escribir mejor”. Cuando llevamos la idea a la editorial nos dijeron: “está muy bien pero tienen que achicar el número de escritores”. Fue difícil, entonces pensamos: hacemos primero un antiguo testamento, después uno nuevo, llamando a escritores más jóvenes y bueno, por ahora quedó en el antiguo. Estuvo muy bueno. Con Angie nos conocemos mucho, siempre nos pasamos los textos así que ya tenemos una base de amistad personal y literaria. Pero fue muy divertido, pensamos que íbamos a demorar, que no nos iban a entregar los textos, pero salió todo rápido. Escritores muy distintos se engancharon con el proyecto: Elvio Gandolfo, Carlos Chernov, Saccomano. Nos pasaron textos muy buenos.

¿Qué opinás del género en la literatura? ¿Te parece que es un impedimento?

Yo creo que cada uno tiene que escribir lo que le parezca y que en ese momento no tiene que estar pensando en los géneros. Que los géneros son categorías posteriores, que en este momento hay un cruce muy interesante de géneros porque evidentemente los editores y las librerías necesitan catalogar los textos pero me parece que el escritor cuando escribe tiene que estar liberado de eso.

¿Qué estás leyendo?

Voy en desorden. De los contemporáneos me gusta muchísimo Mariana Dimópulos; tiene una novela que se llama Cada despedida, que es preciosa. Sacó otra antes que se llama Anís y ahora está por sacar una con Adriana Hidalgo, que sale en noviembre y que tuve la suerte de leer, y es excelente. Me parece una escritora maravillosa. Conjuga un lenguaje que a veces alcanza como flashes poéticos y trabaja con temas que tienen que ver con situaciones muy límites. Me gusta mucho. Me gusta Ariel Magnus, lo saqué asociado con ella porque justo es la pareja de Mariana. Me gustan Selva Almada, Mariana Enriquez… Me gusta, así desordenadamente, es de otra generación, pero es de lo que está pasando ahora, Leila Guerriero y como reflexiona sobre lo que está haciendo, esta cosa de escritora que está moviéndose, cambiando. Dio una entrevista en Radar a Ángel Berlanga (me gustan las entrevistas de Ángel Berlanga) muy interesante donde cuenta todo esto. También me gustó el libro de ensayos de María Moreno…

A la vez estoy leyendo a Flaubert porque estoy escribiendo una nota para una columna que tengo en La mujer de mi vida sobre situaciones de escritores en cuartos de hotel. Hice Bukowsky cuando vio a un tipo suicidándose, ahora estoy con Flaubert, cuando estuvo en Egipto enamorado de una puta. Así que estoy leyendo y escribiendo sobre eso.

¿Cuáles son los libros o los autores argentinos que elegís, que recortás de la tradición?

Es una mezcla, porque me gusta Silvina Ocampo y me gusta Arlt. El Arlt de El juguete rabioso y las Aguafuertes me gusta mucho. La lectura de la ciudad que tiene Arlt, una construcción de una Buenos Aires dividida, muy ecléctica, me gusta mucho. Me gustan escritores muy diferentes. Me gusta Echeverría, me gusta Bioy, me gusta Soriano… En poesía: Alejandra Pizarnik, Enrique Molina, que tampoco tienen nada que ver. Pero para mí Una sombra donde sueña Camila O’Gorman es uno de los grandes libros argentinos.

Antes de que te empezáramos a grabar hablabas un poco de las editoriales, ¿cómo ves el campo literario?

Lo veo muy bien porque me parece que hay una reacción y me parece maravilloso lo que está pasando. Hay cada vez más editoriales independientes: desde, no sé, Eterna Cadencia, que empieza como una librería, hasta Entropía, Mardulce, etc… Espero que se vea cada vez más en las librerías, que es donde se forman los escritores argentinos, sin menospreciar a la academia. Si te sentás con escritores argentinos, hayan estudiado letras o no, son escritores que salieron a las librerías y que van saltando de un libro a otro en las librerías. Además de esa cosa muy argentina de los escritores hablando con escritores, ¿no?

Dijiste en varias entrevistas que tu género favorito era el cuento. ¿Te gusta más leerlo o escribirlo? ¿Tenés algún libro de cuentos para recomendar?

Sí, las dos cosas, me gusta leerlo y escribirlo. Y me parece un género increíble. Un libro de cuentos que estoy leyendo y me está gustando mucho, cuando lo termine te digo, es el de Junot Díaz.

¿Por qué te gusta el cuento?

Me gusta más que la novela para leer, me parece que tiene… ya que hablamos de Arlt, esa cosa de cross a la mandíbula, esa cosa de iluminación, donde el cuento se acerca más a la poesía, que no es tan discursivo, que no tiene tanto que ver con la lógica más lenta y más estructurada de la novela. Un cuento se parece más a un sueño, que te agarra por un lugar que tiene más que ver con un espacio que es más difícil, con algo instantáneo que te agarra y te lleva. Por eso también me gustan las nouvelles, las novelas cortas, que las editoriales tienen resistencia a publicar y pienso que es un género y un formato para leer y para laburar que es lindísimo. Creo que en eso no estoy siendo egocéntrica, a muchos les pasa. Los ensayos también, no se publican muchos y los ensayos literarios están muy buenos.

¿Cómo fue tu experiencia en Italia, que fuiste a un castillo a escribir? ¿Cómo fue encerrarse cuarenta días teniendo que escribir?

Estuvo bueno, estaba con otras personas que estaban laburando, por suerte no todo el tiempo interactuando porque si no te puede dar un ataque. Había otra escritora que era egipcia, compositores, un filipino y otro venezolano, que también son directores de orquesta, después vino un músico chino. A la noche comíamos todos juntos y de día cada uno hacía la suya. Había distintas partes del castillo que teníamos asignadas. A mí me tocó la torre que era la casa del jardinero que estaba re buena. Suena más aislado de lo que estabas realmente, había dos o tres autos que te prestaban para ir a pasear. Y no había, como en otras becas, obligación de rendir cuentas. No, si no a mí me hubiera matado. Yo estaba laburando Radiana. Me dieron una computadora, una impresora y estaba en una biblioteca y bueno, me iba a caminar y escribía y leía. Fue muy lindo, además me tocó este grupo de gente que era muy piola. Lo que era muy impresionante es que este Castillo, creo que era de un conde que se casó con una yankee que no tenía hijos, heredó a este señor y dejó el castillo para esta beca. Pero tenían un sobrino que era descendiente de sangre de este conde, entonces nosotros estábamos por ahí en el jardín hablando y pasaba el descendiente y miraba con una bronca y pensaba: “¡Estos vagos!” Y nosotros decíamos: “¡En realidad tiene razón!”. Nosotros sentados en el jardín del castillo y él pasaba por la reja, ¡con una bronca! Pasaba con un perro todos los días a la tarde. Sí, fue muy lindo.

Ahora que hablaste de Radiana, ¿cómo se te ocurrió la idea de la novela?

Se me ocurrió todo por… ¡rata de biblioteca! ¡Siempre! Por mirar en un museo una foto de una robot que se llamaba Radiana, de un inventor que tenía esta robot. En realidad era un chanta porque era como una muñeca gigante y el tipo está atrás con una mesa llena de bombitas eléctricas y tiene cables, así que me parece que era una muñeca a control remoto. Y la muñeca se llamaba Radiana. Y nada, ví eso y dije guau…

Es una suerte a homenaje a Las hortencias de Felisberto Hernández, ¿no?

Sí, totalmente. ¡Qué impresionante! Justo lo estaba leyendo en la época que escribí Radiana. Felisberto es maravilloso.

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Esta entrada fue publicada el 16 May, 2014 por en Entrevistas.